A lo largo de
la historia, el hombre ha tratado de encontrar placer y bienestar biológico,
psicológico y social por diversos medios, lo cual incluye la posesión de bienes
y servicios, las amistades, los hábitos, la comida, el amor y la sexualidad,
entre otros. El papel de la sexualidad en la obtención de placer, en
particular, se ve reflejado en diferentes culturas, experiencias y teorías a
través de múltiples expresiones. Vale recordar, a modo de ejemplos, los
diversos libros hindúes sobre el sexo y sus posiciones, los templos erigidos en
devoción al coito, Sigmund Freud y sus teorías relacionadas, entre otros.
Muchas expresiones culturales de diversas civilizaciones han dejado al
descubierto la centralidad del sexo y la preocupación del ser humano por alcanzar
el máximo placer sexual.
De la mano de
este pilar de nuestra evolución, caminando a la par, las enfermedades de
transmisión sexual han acompañado desde siempre a esta cualidad humana y han
constituido uno de los primeros problemas de salud pública que se conocen.
Las
infecciones de transmisión sexual (ITS) –término preferido por la Organización
Mundial de la Salud–, o enfermedades de transmisión sexual (ETS), son conocidas
desde épocas muy remotas. Se presume inclusive que ya Hipócrates podría haber
realizado la descripción de una de ellas a lo largo de su vida, como es el caso
de la sífilis. Las más conocidas a lo largo de la historia han sido esta última
y la gonorrea, enfermedades que desde la Edad Media hasta hace relativamente
poco han generado elevadas tasas de morbilidad y mortalidad. Clásicamente se
las ha denominado bajo el término de enfermedades venéreas, apelativo que
deriva de la palabra Venus, en referencia a la diosa mitológica del amor, la
belleza y la fertilidad.
Es muy difícil
establecer con precisión la incidencia y la prevalencia histórica de las ITS,
debido a que muchas de ellas cursan asintomáticas, pueden tener resolución
espontánea o manifestarse en etapas avanzadas. Es decir, el número de personas
infectadas es mucho mayor que el que históricamente reflejan los registros de
salud.
Antes del
advenimiento del remedio moderno, la falta de conciencia por parte de las
sociedades antiguas llevó a una dispersión exponencial de estas infecciones. Se
dice que la sífilis fue extendida a América y Oceanía por los diversos viajes
de exploradores europeos como Cristóbal Colón.
En el siglo
XVIII y XIX, el mercurio, el arsénico y el azufre eran los fármacos que se
usaban para tratar las enfermedades venéreas. El empleo de estas sustancias dio
lugar a serios efectos secundarios, con un epílogo trágico en el que muchas
personas encontraban la muerte por envenenamiento. El ingenio popular de la
época acuñó una frase que resumía satíricamente las consecuencias del placer
sexual negligente y de la sustancia que se aplicaba para dar remedio: “Una
noche con Venus, toda la vida con Mercurio”. Fue recién a comienzos del siglo
XX cuando surgieron los primeros tratamientos efectivos.
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